Vampiros en las Mil y una noches

Las mil y una noches es un libro que ha ido cambiando durante toda su historia y que ha sido modificado enriqueciéndose de las contribuciones de diversos autores/traductores. La versión que hoy conocemos cuenta principalmente la historia de Scheherezada y que incluye una larga serie de cuentos árabes y de medio oriente.

Además de la propia historia principal, otros relatos muy sonados han salido de esta recopilación como «Aladino y la lámpara maravillosa» «Simbad el marino» y «Alí babá y los 40 ladrones»

Dentro del libro hay otras historias menos «famosas» y que hablan de vampiros o «Al-ghul» que son un tipo de vampiro dentro de la cultura árabe. En otra entrada les daré más detalles sobre estos.

Si te suena el «Al-Ghul» es porque DC creó un personaje/villano con este nombre

En fin, aquí están las historias que hablan sobre estos seres dentro de las Mil y una Noches.

 

Honor de un vampiro

 

Era una vez, ¡oh, monarca del tiempo!, un sultán que tenía una sola hija, la más bella y amada, por eso fue educada con ese mimo que sólo da mujeres malcriadas. He de añadir que resultaba muy coqueta. De ahí que se le hubiera puesto el nombre de Dalal. Un día que ella se encontraba sentada rascándose la cabeza, terminó por encontrarse un piojo diminuto. Lo examinó durante un momento. Luego se puso de pie, lo sostuvo entre los dedos y marchó a la despensa, donde se hallaban alineadas las enormes jarras de aceite, miel y mantequilla. Precisamente abrió una de aceite, en cuya superficie depositó, con mucho cuidado, al piojo. Volvió a cerrar la jarra, dejando cautivo al parásito, y se alejó de allí.

Sin embargo, al cabo de muchas semanas el piojo se había desarrollado tanto que terminó por romper el enorme recipiente. Cuando escapó de la despensa se asemejaba, por sus proporciones, el tamaño de sus cuernos y todo su aspecto en general a un búfalo del Nilo. El vigilante del lugar huyó al ver tal monstruo, sin dejar de pedir ayuda a los demás servidores. Muchos de ellos cercaron al piojo, hasta que terminaron por darle caza y, una vez lo ataron por los cuernos, le llevaron ante el sultán. Y éste preguntó:

—¿Qué me habéis traído aquí?

Entonces la princesa Dalal, que se encontraba de pie junto al trono de su padre, exclamó:

—¡Atiza! ¡Si es mi piojo!
El sorprendido monarca inquirió:
—¿Qué estás diciendo, hija mía?
La bella coqueta replicó:
—Un día, hace de esos varios años, que me rascaba la cabeza encontré este piojo. Lo cogí y, jugando, lo dejé en el interior de una de las grandes jarras de aceite. Por lo visto ha crecido tanto que ha terminado por romper la jarra.

Luego de escuchar este razonamiento, el sultán aconsejó a su hija:
—Niña mía, veo que debes casarte. Lo mismo que el piojo ha terminado por romper su encierro, cualquier día se le puede ocurrir a ti saltar las tapias del palacio para ir en busca de los hombres. Sólo lo evitaremos si contraes matrimonio lo antes posible. ¡Qué Alá te proteja de cualquier tipo de peligro!
Acto seguido se volvió a su visir y le ordenó:
—Encárgate de que se degüelle al piojo, para colgar su piel en la puerta del palacio.

Luego que te acompañen mi alabardero y el jefe de los escribas palatinos, que es el encargado de la redacción de los contratos matrimoniales. Porque acabo de decidir que se casará con mi hija quien adivine que la piel colgada pertenece a un piojo gigantesco. Sin embargo, al que no acierte se le cortará la cabeza y, más tarde, su pellejo será colgado en el mismo lugar. El visir se cuidó de que fueran cumplidas las órdenes, con lo que la piel del piojo terminó colgando en la puerta del palacio. Acto seguido envió a un pregonero para que recorriera la ciudad anunciando:

—Aquél que reconozca a qué animal pertenece la piel colgada en la puerta del palacio podrá contraer matrimonio con El Sett Dalal, hija del sultán. Pero al que se equivoque se le cortará la cabeza.

Fueron muchos los moradores de la ciudad que pasaron delante de la piel. Algunos dijeron:
—Creo que es la piel de un búfalo.
A todos ellos se les cortó la cabeza. Otros se inclinaron por ofrecer esta opinión:
—Nos parece la piel de una cabra montesa.

También perdieron la cabeza. Las víctimas terminaron por sumar cuarenta, luego el mismo número de pellejos humanos fueron colgados junto a la piel del piojo. Cierto día llegó a la ciudad un adolescente, que era tan hermoso como la estrella Canopo en el momento que resplandece sobre las aguas del mar. Preguntó a unos mercaderes:

—¿Por qué hay tanta gente delante del palacio?
Le dijeron burlonamente:
—Son los curiosos que esperan la llegada de quien consiga adivinar de qué animal es la piel que está colgada en la puerta, porque el premio es poderse casar con la hija del sultán.

El adolescente marchó decidido en busca del visir, que se hallaba junto al alabardero y el jefe de los escribas, todos los cuales permanecían sentados sobre una piel, y les anunció:

—Yo puedo deciros el nombre de la bestia que llevó esa piel.
Los tres le exigieron:
—¡Conforme, va puedes decirlo!
Y el forastero respondió con naturalidad:
—Perteneció a un piojo que se hizo gigantesco dentro de una enorme jarra de aceite.
Los que le oyeron debieron reconocer:
—¡Has dicho verdad! ¡Pasa a palacio, joven valiente, que vas a firmar ante nuestro monarca el contrato matrimonial!
El adolescente llegó ante el trono, saludó al sultán y, luego, repitió:
—La piel que cuelga en la puerta del palacio es de un piojo que engordó dentro del aceite.
Al monarca sólo le quedó la opción de decir:
—¡Acertaste! ¡Ahora mismo firmarás el contrato matrimonial que te unirá como esposo a mi hija Dalal!

En la misma sala del trono se formalizó el contrato. Poco días más tarde se celebró la boda más fastuosa. Por la noche el valeroso adolescente atravesó el umbral del dormitorio nupcial para gozar de la virgen Dalal. Y ésta gozó también en los brazos de su esposo, que era tan hermoso como la estrella Canopo en el momento que resplandece sobre las aguas del mar. Después de permanecer juntos en el dormitorio nupcial durante cuarenta días y cuarenta noches, el bello adolescente pidió audiencia al monarca. Así pudo comunicarle:

—Soy hijo de un sultán, por lo que debo partir llevando a mi esposa con el fin de instalarnos en el palacio que nos corresponde.

El monarca intentó convencerle para que se quedara unos días más; sin embargo, ante la negativa de su yerno, debió acceder diciendo:

—De acuerdo. Hijo mío, mañana recibirás los obsequios, las esclavas y los eunucos de la dote.
Pero el joven replicó:
—¿Qué servicio pueden prestarme? En nuestra casa tenemos demasiados. Sólo deseo llevarme a mi amada esposa Dalal.
A lo que el sultán dijo:
—Conforme, puedes ir a por ella y salir de aquí. Pero debe acompañaros tu suegra, con el propósito de que pueda comprobar dónde va a residir su hija y, más adelante, conozca la mejor ruta para irla a visitar de vez en cuando.
El adolescente razonó así:
—¿Por qué pretendéis cansar a esa pobre anciana? Lo más acertado sería que yo me comprometiese a traer aquí a mi esposa todos los meses, para que podáis comprobar su estado.
El monarca debió consentir con el clásico:
—Taieb.

De esta manera el adolescente llevó a su mujer Dalal a un nuevo país. Claro que este hermoso joven era un ghul real, y de la especie más dañina. Se encargó de instalar a Dalal en su casa, que había sido edificada en unos parajes desiertos, encima de una montaña. Luego se fue a recorrer el campo, con el fin de asaltar las caravanas que iban por los caminos, provocar que abortasen las mujeres preñadas, aterrorizar a las viejas y a los niños, chillar escalofriantemente en la noche delante de las puertas, echar el mal de ojo, visitar las tumbas, hacer mil muecas en la oscuridad, comer muertos, realizar infinidad de otras tropelías y originar millares de desgracias. Al cabo de unos días, después de recuperar el cuerpo de bello adolescente, llevó a su esposa el regalo de la cabeza de un hijo de Adán. Se la ofreció sosteniéndola en la palma de la mano.

—Querida, coge esto, manda que lo asen en el horno y, date prisa, porque es nuestra cena.
Ella se quedó tan asombrada que debió exclamar:
—¡Si es una cabeza humana! A mí sólo me han servido carne de carnero.
A lo que su esposo repuso:
—De acuerdo.

Seguidamente, fue en busca de un carnero, que ella hirvió, y esto es lo que pudo comer. Vivieron juntos en aquel desierto por espacio de un tiempo; mientras tanto, Dalal se sentía cada vez más indefensa junto a aquel monstruo, debido a que éste no ocultaba sus delitos: después de sus correrías, regresaba con lo obtenido de sus asesinatos, peleas, carnicerías y demás barbaridades. Al cabo de ocho días de este régimen de vida, el joven ghul abandonó su casa para transformarse: adquirió la figura, la voz y las formas de su vieja suegra, Luego llamó a la puerta de su propio hogar. Pronto Dalal se asomó por una ventana y preguntó:

—¿Quién viene?
Y el ghul, imitando a la perfección la voz de la madre de su mujer, contestó:
—¡Soy yo! Ábreme, hija mía.

La joven bajó con la mayor rapidez, y dejó entrar a la anciana. Durante el tiempo que llevaba encerrada su aspecto había cambiado radicalmente: aparecía pálida, delgada y decaída. El ghul disfrazado de suegra, una vez se hubieron abrazado efusivamente, se mostró inquieto:

—Hija mía, he decidido venir a visitarte a pesar de la prohibición que nos impone tu marido. Tenemos entendido que te has casado con un ghul, el cual te fuerza a comer carne de los hijos de Adán. ¿Sufres mucho, niña de mis ojos? Siento un miedo horrible de que cualquier día se te coma a ti. Vamos, escapemos ahora que estamos solas.
Pero Dalal, negándose a hablar mal de su esposo, contestó:
—¿Qué estás diciendo, mamá? ¡En mi casa no vive ningún ghul! ¡Si dices esas cosas tan horribles me asustarás! El padre de mi marido es un sultán, a la vez que a él se le considera tan hermoso como la estrella de Canopo que resplandece sobre las aguas del mar. Cada día se encarga de traer un carnero muy gordo para la comida.

De esta manera el ghul adolescente abandonó el edificio, bastante satisfecho de que su mujer no hubiese descubierto el gran secreto. Adquirió de nuevo su bella forma primitiva, y volvió a la casa llevando un carnero bien cebado para comer.

—Puedes cocinarlo, Dalal.
Ella le contó:
—Ha venido mi madre a visitarnos. Yo no fui quien la invitó. Me ha dicho que te dé recuerdos.
Y él contestó:
—Lamento haberme retrasado, porque me habría encantado poder saludar a la amada esposa de mi suegro.
Acto seguido preguntó:
—¿Te gustaría ser visitada por tu tía, la hermana de tu madre?
—¡Claro que sí! —contestó ella.
A lo que él dijo:
—Conforme. Mañana la tendrás aquí.

De esta guisa, al día siguiente, nada más amanecer, el ghul dejó su casa, para transformarse en la tía de Dalal. Llamó a la puerta. En seguida la joven esposa preguntó desde la ventana.

—¿Quién viene?
Y dijo él o «ella»:
—Ábreme que soy tu tía. Estaba muy preocupada por tu suerte y deseo comprobar cómo te encuentras.

Dalal bajó a abrir la puerta. Y el ghul, oculto en el cuerpo de la tía, besó a la sobrina en las mejillas. Comenzó a llorar con gruesas lágrimas y, al final, se lamentó:

—¡Ay, querida hija de mi hermana! ¡Cuántos dolores! ¡Son tantas las desgracias!
La joven debió preguntar:
—¿Pero qué os ocurre?
Sollozó aquélla:
—¡Ay, ay, ay!
Se preocupó Dalal:
—¿Es que te duele algo, tía?
Y ésta le rectificó:
—No soy yo, hija de mi hermana, sino tú la causante de mis sufrimientos. ¡Nos hemos enterado de que estás casada con un ghul!
A lo que la joven esposa replicó:
—¡No digas eso, tía! Mi marido es hijo de un sultán, al igual que yo soy hija de un monarca parecido. Pero sus tesoros superan a los que se guardan en el palacio donde yo me crié. Y en lo que se refiere a su belleza, puede igualarse a la estrella Canopo cuando resplandece sobre el mar.

Luego le sirvió un plato de carnero, para probar que en casa de su esposo se comía ese tipo de carne y no la de los hijos de Adán. Nada más levantarse de la mesa, el ghul salió de allí muy complacido. Tardó poco en volver, de nuevo bajo la forma del hermoso adolescente. Llevaba un carnero para Dalal, a la vez que una cabeza humana, recién cortada, para él. Su esposa le comunicó lo siguiente:

—Me ha visitado mi tía, y me ha encargado que te salude.
Y él exclamó:
—¡Alabado sea Alá! ¡Qué amables son tus familiares al no olvidarme! ¿Te gustaría ver a tu otra tía, la hermana de tu padre?
—Claro que sí —contestó ella.
Añadió él:
—De acuerdo. Te visitará mañana. Ahora será mejor que dejemos a un lado a tus parientes, porque su curiosa lengua me pone nervioso.

A la mañana siguiente, se presentó ante Dalal bajo la forma de la tía materna. Después de los besos y saludos, de una parte y de otra, la recién llegada se puso a llorar, a la vez que decía:

—¡Qué enorme desgracia ha caído sobre nuestras cabezas, especialmente sobre la tuya, amada hija de mi hermano! ¡Nos hemos enterado que estás casada con un ghul! ¡Dime la verdad, por los santos méritos de Mahoma, nuestro Profeta, que descienda sobre Él la oración y la paz!

Entonces Dalal se sintió incapaz de mantener durante más tiempo el secreto que le mortificaba, y en voz queda, sin dejar de temblar, confesó:

—¡Calla, tía, por favor! Deja de hablar de esa manera, porque si regresa las dos lo pasaremos muy mal. Fíjate: trae a casa cabezas humanas y, como yo me niego a cocinarlas, se las come solo. ¡Ah! ¡Temo que de un día a otro se me coma a mí también!

En el momento que Dalal hubo dicho estas palabras, la tía adquirió su verdadera forma para transformarse en un ghul de aspecto terrorífico, que comenzó a chirriar los dientes. Y al contemplarle la joven esposa, se sintió invadida por un enorme pánico. Sin ningún tipo de piedad, él le acusó:

—¡Has revelado mi secreto, ingrata!
Ella no dudó en arrojarse a sus pies, suplicando:
—¡Quedo a tu merced, porque no pienso repetir el error, esposo mío!
Preguntó el monstruo:
—¿Has sabido respetar la fidelidad que se debe a un esposo al contarle esas cosas a tu tía? ¿Crees que ahora me queda algo de honor? ¡No! Es imposible que te perdone. ¿Porqué parte deseas que empiece a comerte?
Ella le contestó sin apenas pensarlo:
—Acepto mi castigo. Ya que estás dispuesto a devorarme sin piedad, aceptó mi destino. Pero hoy estoy demasiado sucia, lo que provocará que el gusto de mi carne te ofrezca un mal sabor de boca. Lo aconsejable sería que me llevases a la piscina, donde me lavaría en tu beneficio. Al salir del baño, me encontrarás blanca y dulce, con lo que el sabor de mi carne le parecerá más delicioso a tu paladar. En ese momento podrás comenzar a comerme por donde te apetezca.

El ghul decidió:
—¡Tu proposición me parece muy acertada, Dalal!

Al momento le trajo un enorme barreño de oro y ropas para la piscina. Luego se fue al encuentro de un compinche suyo, que era ghul, al que convirtió en un mulo blanco y él mismo se transformó en un mulero. Por último, hizo que su esposa montara sobre el animal y partieron en busca de la piscina del pueblo más cercano. Ella llevaba el barreño de oro sobre la cabeza. Ante la puerta de la piscina, el mulero le dijo a la encargada de guardar la ropa:

—Recibe tres monedas de oro como regalo, porque deseo que bañes a esta señora. Ten mucho cuidado con ella, ya que es la hija de un sultán. No olvides que estás obligada a devolvérmela igual que la recibes.

Nada más que la encargada se llevó a Dalal, el ghul se sentó en las escalinatas de la puerta, dispuesto a permanecer vigilante todo el tiempo que hiciese falta. Dalal llegó a la primera sala de la piscina, que era la de espera. Se sentó en un banco de mármol, sola y triste. Había dejado cerca el barreño de oro y el paquete con sus hermosos vestidos. Pronto comenzaron a entrar las otras muchachas. Todas ellas se bañaron y, luego, se hicieron dar masajes, sin dejar de bromear. Mientras tanto, Dalal actuaba de una forma bastante distinta, ya que estaba llorando en silencio. Como las otras jóvenes se dieron cuenta, se aproximaron a ella y le preguntaron:

—¿Qué te hace llorar tan desconsoladamente? Vamos, ponte en pie y quítate la ropa. Tienes que meterte en el baño con nosotras.
Pero ella se limitó a agradecerles su ofrecimiento y, al final, dijo:
—El agua no lavará mis penas. Como tampoco puede conseguir que desaparezcan los males que no tienen remedio. —Acto seguido añadió—: Ya dispondré de tiempo para meterme en la piscina.

En aquel momento llegó al lugar una anciana vendedora de altramuces y cacahuetes tostados, que llevaba en una cesta colocada sobre su cabeza. Las muchachas le compraron cantidades que oscilaban desde la media piastra a las dos piastras. Por último, la infeliz Dalal pensó que podía distraerse con esos ñutos secos. Llamó a la vieja y le dijo:

—Abuelita, dame una piastra de altramuces.
La vendedora se aproximó a ella, se sentó en el banco de mármol y llenó de altramuces la medida de un cuerno. Entonces, la joven en lugar de entregarle la moneda acordada, le puso en las manos su collar de perlas, a la vez que le decía:

—Abuelita, acéptalo para tus niños.
La anciana comenzó a besarla y a darle las gracias, hasta que Dalal le propuso lo siguiente:
—Óyeme bien, porque deseo que me cambies tu cesto, con todo el género, y las ropas andrajosas que llevas encima por este barreño de oro, mis joyas, mis vestidos y este paquete lleno de las prendas más lujosas.
La vendedora no pudo dar crédito a aquella sorprendente muestra de generosidad.
—¿Acaso intentas burlarte de mí porque soy pobre, chiquilla?
La joven afirmó:
—¡Mi proposición no puede ser más sincera, abuelita!

Entonces la vieja se quitó sus ropas y se las entregó. Dalal se las puso con la mayor rapidez, se colocó la cesta de los altramuces y los cacahuetes en la cabeza, se envolvió con un velo andrajoso y se ennegreció las manos con el barro del suelo de la piscina. Poco más tarde salió por la puerta, ante la cual montaba guardia su marido el ghul bajo las formas de un mulero. Pasó por delante de éste llena de miedo, al mismo tiempo que gritaba con una voz ligeramente temblorosa:

—¡Altramuces asados para entretener! ¡Cacahuetes tostados para divertir! —que era lo que voceaban las vendedoras auténticas.
Sólo había avanzado unos pasos, cuando el ghul advirtió el olor de su esposa, a pesar de no haberla reconocido bajo el disfraz. Por eso se preguntó:
—¿Cómo es posible que el aroma de Dalal se encuentre en esa vendedora de altramuces? ¡Por Alá, que voy a comprobar lo que está ocurriendo!
Y gritó:
—¡Ven aquí, vendedora de altramuces! ¡Quieta, cacahuetera!
Pero la joven no volvió la cabeza, ni detuvo sus pasos. Y él comentó:
—Será mejor que entre en la piscina. —En seguida preguntó a la encargada de la ropa—. ¿Cómo tarda tanto en salir la señora que te he confiado?
Ella contestó:
—La tendrás a tu lado dentro de un rato, junto a las otras, que salen al anochecer. Todas ahora están muy ocupadas en depilarse, teñirse los dedos con hené, perfumarse y rizarse el pelo.

Como el ghul se tranquilizó, decidió sentarse delante de la puerta. Tuvo que aguardar hasta que salieron todas las mujeres. Por último, apareció la encargada de la ropa para cerrar la puerta. Entonces el falso mulero le preguntó:

—¿Pero qué estás haciendo? ¿Cómo has encerrado a la señora que te confié?
Ella respondió:
—En la piscina no queda nadie, excepto la vendedora de cacahuetes, a la que todas las noches permitimos que duerma aquí, porque es muy pobre y carece de hogar propio.

El ghul agarró a aquella mujer por el cuello, la golpeó repetidas veces y casi la destrozó.

—¡Oh, traidora! —gritaba—. Te hiciste responsable de la señora. ¿Has comprendido tu pecado? ¡Tendrás que pagar por el mismo!
Ella intentó defenderse de inmediato:
—Yo soy responsable de las ropas y del calzado que me entregan para guardar, pero nunca de las mujeres que entran a la piscina. —Como el enemigo no dejaba de apretarle la garganta, cada vez con más fuerza, comenzó a gritar—: ¡A mí, hermanos musulmanes, auxilio!

El monstruo no cesó de apalearla, hasta que comenzaron a llegar los vecinos. Todos éstos le escucharon exclamar:

—¡Aunque se encuentre en el séptimo planeta, es necesario que me la devuelvas, maldita pécora, hija de las serpientes del desierto! ¡Recibe el castigo por no haber cumplido tus obligaciones!

Pero de Dalal ni rastro. Debido a que ésta ya no se detuvo, una vez superó la vigilancia de su marido, porque quería regresar a su país de origen. Una vez salió de la ciudad, a cierta distancia encontró un riachuelo, en el que se lavó las manos, los pies y la cara. Así decidió llegar a un edificio próximo, que era el palacio de un rey. Se sentó junto a una de las paredes, hasta que una esclava negra, que había bajado para cubrir un encargo, la descubrió y en seguida se volvió para hablar con su ama.

—Señora, de no ser por el miedo que me haces sentir me atrevería a decirte, sin mentir, que abajo hay una mujer que es más bella que tú.
El ama decidió:
—Has conseguido despertar mi curiosidad. Dile que venga a verme.
La negra llegó junto a Dalal y le comunicó lo siguiente:
—Mi dueña desea hablar contigo.

Pero la hija de un sultán y algola replicó:

—¿Acaso soy yo una esclava negra o es negro mi padre para que tú me traigas esos mensajes?
La negra subió para contar a su ama lo que acababa de escuchar. Entonces la dueña llamó a una esclava blanca y le dijo:
—Ve a buscar a la mujer que está sentada bajo una de las paredes de mi palacio.
La esclava blanca llegó al lado de Dalal y le dijo:
—Acompáñame. Mi señora desea conocerte.
Sin embargo, la joven insistió:
—¿Acaso me considera una esclava blanca, hija de esclavos, para ir en compañía de una esclava blanca?
La esclava llevó la respuesta a su ama; y ésta decidió llamar a su hijo, que era el heredero del rey y le dijo:
—Baja tú en busca de esa señora, porque ha conseguido que desee conocerla lo antes posible.
Y el joven príncipe, que en su hermosura se asemejaba a la estrella Canope cuando resplandece sobre el mar, fue a buscar a la joven, a la que invitó:
—Señora, os ruego que subáis al harem, donde os espera la reina, mi madre.
Dalal contestó en esta ocasión:
—A ti sí que te acompañaré, porque eres hijo de monarca y sultán, y yo también soy hija de monarca y sultán.

Luego subió la escalera delante del joven. De repente, éste quedó profundamente enamorado de la mujer que tenía ante él, ya que nunca había visto otra tan bella. Al mismo tiempo, ella también fue sensible al atractivo de su acompañante. Un juego de sentimientos en el que también participó la esposa del rey, ya que al ver a Dalal reconoció:

—Estaba en lo cierto la esclava. Debo reconocer que eres más hermosa que yo.
De esta manera, después de los saludos y las palabras de cortesía, el príncipe dijo a su madre:
—Deseo casarme con ella, porque su forma de hablar y proceder, a pesar de los harapos que viste, muestra que es de sangre real.
Pero la madre se comportó de una forma más sensata:
—Esa es una cuestión que tú mismo debes resolver. Haz lo que te parezca conveniente.

El joven encargó que llamaran al caíd y, al momento, ordenó que se redactara el contrato matrimonial. Luego se iniciaron los preparativos de la boda y el príncipe entró en la futura estancia nupcial. Mientras tanto, ¿qué suerte había corrido el ghul? El mismo día que dieron comienzo los festejos de la boda, a un hombre bien vestido, que llevaba por el ronzal a un enorme camero blanco, se le permitió llegar ante el monarca, padre del príncipe, al que le ofreció:

—Majestad, yo soy uno de vuestros arrendatarios, y os traigo un regalo de bodas: este espléndido carnero blanco que hemos cebado en nuestros corrales a la espera de un gran acontecimiento. Pero he de advertiros que conviene atarlo en la puerta del harem, porque ha nacido y crecido en medio de mujeres, y si se le abandonara en el patio durante la noche seguro que nadie podría dormir.

El sultán decidió:
—Lo tendremos muy en cuenta. Ahora puedes entregar la bestia a mis servidores.

Como recompensa ordenó que se le pusiera una condecoración al arrendatario, el cual abandonó el salón del trono con pasos tranquilos. El monarca confió el carnero al capitán del harem, a la vez que le daba este consejo:

—Procura atarlo en la puerta del harem, porque sólo se encuentra tranquilo en la cercanía de las mujeres.

Ahora bien, en el momento que llegó la noche de bodas, el príncipe entró en la habitación nupcial, para realizar lo que ambos estaban deseando. Por último, los dos amantes se quedaron dormidos bien abrazados. De pronto el camero rompió el ronzal y entró violentamente en el dormitorio. Pero ya bajo las formas del ghul. Tomó a Dalal en sus brazos y salió al patio. Con la voz más cruel pregunto:

—Contéstame, traidora, ¿has pensado en mi honor? ¿Acaso me has dejado un poco del mismo?
Ella contestó:
—Ya me tienes en tus manos. No me comas.
A lo que el monstruo replicó:
—Esta vez no podrás escapar.
Pero Dalal le pidió:
—Antes de comerme espera un instante, porque tengo una necesidad y debo ir al reservado.

El ghul consintió:

—De acuerdo, pero no tardes.

La acompañó hasta el reservado, cuya puerta se quedó vigilando a la espera de que ella concluyese. Al mismo tiempo, la joven estaba levantando los ojos al cielo para suplicar:

—¡Nuestra Señora Zeinab, esposa de nuestro bendito Profeta, tú que salvas de las desgracias, acude pronto en mi socorro!
La santa le mandó a una de sus asistentas, seleccionada entre las hijas de los genios, la cual atravesó la pared para decir a Dalal:
—¿Qué necesitas, querida?
Y la joven le contestó:
—Al otro lado de la puerta se encuentra un ghul dispuesto a comerme en el momento que salga.
La genio le propuso un trato:
—¿Si consigo salvarte permitirás que te dé un beso?
—Claro que sí —dijo Dalal.

En aquel momento la genio de Sett Zeinab atravesó la pared en dirección al patio; pero, inesperadamente, se arrojó sobre el ghul para atizarle una enorme patada. El monstruo se desplomó al momento, bien muerto. Seguidamente, la genio entró de nuevo en el reservado, agarró a Dalal por una mano y salió con ella. Le mostró el carnero blanco caído en el suelo, sin vida. Luego entre las dos lo llevaron al patio, donde lo echaron en una zanja. Y así finalizó aquel incidente. La genio besó a la hermosa princesa y, luego, le pidió lo siguiente:

—Escucha, Dalal, necesito que me hagas un favor.
La princesa se ofreció:
—Estoy a tu entera disposición, querida.
Se explicó la otra:
—Deseo que me acompañes, sólo una hora, hasta el mar Esmeralda.
Dalal preguntó:
—Iré contigo. ¿Puedo conocer tus intenciones?
La genio expuso:
—Mi hijo está enfermo, y el médico me ha asegurado que sólo podré curarle si le doy a beber una taza de agua del mar Esmeralda. El inconveniente es que sólo una persona nacida de hombre puede llenar la taza. Por eso he aprovechado mi venida al mundo terrenal para solicitarte esta ayuda.
Dalal impuso la siguiente condición:
—Iré contigo, siempre que podamos estar de regreso antes de que mi esposo se despierte.
La enviada del paraíso respondió:
—Volverás a tiempo.

La genio se convirtió en una cabalgadura de la princesa. Volando llegaron a las orillas del mar Esmeralda, donde la bella humana recibió una taza de oro. Pronto la llenó con aquel agua maravillosa. Sin embargo, mientras estaba realizando la tarea, una ola mojó una de sus manos, que al instante adquirió un color tan verde como el trébol. Luego, la genio llevó a Dalal a su espalda, hasta dejarla en el dormitorio nupcial, junto al hermoso príncipe adolescente. Y así finaliza la intervención de la asistenta de Nuestra Señora Zeinab, y que siempre viva en paz. Ahora conviene saber que el mar Esmeralda tiene un encargado, el cual está obligado a comprobar el agua. Sobre todo la pesa para comprobar si alguien ha robado algo de líquido. Responde con la vida si consiente una infracción. Aquella misma mañana realizó todas las comprobaciones, lo que le permitió advertir que faltaba precisamente una taza. Por eso se dijo:

—¿Quién será el culpable de este robo? Tengo que ir en su busca. Viajaré por todo el mundo hasta que lo encuentre. En el momento que descubra una mano con la señal del mar Esmeralda, al dueño de la misma lo llevaré ante el sultán, pues es el único que sabe castigar estos robos.

A la vez que hablaba, recogió unos brazaletes y unos anillos, que colocó en una bandeja. Por último, ésta se la puso en la cabeza. Así comenzó a recorrer los palacios de los monarcas de la región, gritando bajo las ventanas:

—¡Princesas, llevo los más maravillosos brazaletes de cristal! ¡Muchachas, comprad mis anillos de esmeraldas!

Más de once años llevó esta peregrinación. Hasta que un día llegó al lugar adecuado. Cuando Dalal vio las joyas se sintió atraída. Por eso cíesele la ventana llamó al vendedor y le dijo:

—Espera un poco, que ahora mismo bajo para probarme uno de tus brazaletes.
Llegó junto al mercader, que era el encargado de vigilar el mar Esmeralda, extendió la mano izquierda y pidió:
—Ponme uno de los brazaletes y algunos de los anillos, pero que sean los mejores.
El vendedor se mostró ofendido:
—¿Acaso tienes una marca de nacimiento que sólo me muestras el brazo izquierdo, señora? Yo sólo pruebo mi valiosa mercancía en el derecho.
Como Dalal se sintió avergonzada ante la idea de tener que enseñar su mano teñida de verde, debió alegar:
—Me duele mucho.
A lo que el vendedor replicó:
—¿Qué significa eso? Yo tendría suficiente con verla, porque no necesito tocarla para saber la medida que necesitas.

Entonces ella se decidió a mostrarle la mano derecha. En el mismo instante que el encargado del mar Esmeralda vio el testimonio del robo, entendió que tenía delante a la culpable. De inmediato la apresó y, con la velocidad de las centellas, la llevó ante el sultán. La presentó y después, expuso los cargos:

—Esta mujer ha robado una taza de agua, oh monarca del mar. Tú sabrás lo que se debe hacer con la ladrona.

El sultán del mar contempló a Dalal muy enfadado. Sin embargo, al observarla con más detenimiento quedó prendado de su hermosura, por eso le dijo:

—Muñeca, quiero que seas mi esposa.
Ella replicó:
—¡Es imposible! Estoy casada, como prueba un contrato legal, y mi esposo es un hombre cuya belleza se considera similar a la estrella Canope cuando resplandece sobre el mar.
Entonces el sultán le preguntó:
—Escúchame: ¿no tendrás una hermana que se te parezca, o una hija, o acaso un hijo, que sería mejor que nada?
Dalal contestó:
—Tengo una hija, que se halla en la mejor edad, ya que recientemente ha cumplido los diez años. En cuanto a su hermosura —contó avergonzada— se parece a la de su padre.
El monarca del mar aceptó:
—De acuerdo. —Llamó al encargado de vigilar el mar Esmeralda y le ordenó—:Acompaña de nuevo a la princesa al lugar de donde la has traído.

El fiel encargado se puso a Dalal en la espalda, para salir de viaje en compañía del sultán. No tardaron en llegar al palacio; luego, entraron en la habitación matrimonial, donde encontraron al príncipe. Superadas las presentaciones, el monarca del mar exigió:

—Ha llegado el momento de establecer una alianza entre nosotros. Pero antes debes entregarme a tu hija.
El príncipe dijo:
—No me opongo a ello. Ahora dime la dote que me pagarás.
Y el sultán del mar Esmeralda expuso lo siguiente:
—Recibirás cuarenta camellos cargados de esmeraldas y jacintos.

Finalmente, se firmó el contrato. Así tuvo lugar la boda del monarca del mar Esmeralda con la hija de Dalal y del hermoso príncipe. Y todos vivieron juntos en medio del cariño y el mutuo acuerdo. Alabado sea Alá. En todas las circunstancias.

Historia del príncipe y la vampiro

El rey de que se trata tenía un hijo aficionadísimo a la caza con galgos, y tenía también un visir. El rey mandó al visir que acompañara a su hijo allá donde fuese. Un día entre los días, el hijo salió a cazar con galgos, y con él salió el visir. Y ambos vieron un animal monstruoso. Y el visir dijo al hijo del rey: «¡Anda contra esa fiera! ¡Persíguela!» Y el príncipe se puso a perseguir a la fiera hasta que todos le perdieron de vista. Y de pronto la fiera desapareció del desierto. Y el príncipe permanecía perplejo, sin saber hacia dónde ir, cuando vió en lo más alto del camino una joven esclava que estaba llorando. El príncipe le preguntó: «¿Quién eres?» Y ella respondió: «Soy la hija de un rey de reyes de la India. Iba con la caravana por el desierto, sentí ganas de dormir, y me caí de la cabalgadura sin darme cuenta. Entonces me encontré sola y abandonada». A estas palabras, sintió lástima el príncipe y emprendió la marcha con la joven, llevándola a la grupa de su mismo caballo. Al pasar frente a un bosquecillo, la esclava le dijo: «¡Oh señor, desearía evacuar una necesidad!» Entonces el príncipe la desmontó junto al bosquecillo, y viendo que tardaba mucho, marchó detrás de ella sin que la esclava pudiera enterarse. La esclava era un vampiro, y estaba diciendo a sus hijos: «¡Hijos míos, os traigo un joven muy robusto!» Y ellos dijeron: «¡Tráenoslo, madre, para que lo devoremos!» Cuando lo oyó el príncipe, ya no pudo dudar de su próxima muerte, y las carnes le temblaban de terror mientras volvía al camino. Cuando salió la vampiro de su cubil, al ver al príncipe temblar como un cobarde, le preguntó: «¿Por qué tienes miedo?» Y él dijo: «Hay un enemigo que me inspira temor». Y prosiguió la vampiro: «Me has dicho que eres un príncipe…» Y respondió él: «Así es la verdad». Y ella le dijo: «Y entonces, ¿por qué no das algún dinero a tu enemigo para satisfacerle?» El príncipe replicó: «No se satisface con dinero. Sólo se contenta con el alma. Por eso tengo miedo, como víctima de una injusticia». Y la vampiro le dijo: «Si te persiguen como afirmas, pide contra tu enemigo la ayuda de Alah, y Él te librará de sus maleficios y de los maleficio de aquellos de quienes tienes miedo».

Entonces el príncipe levantó la cabeza al cielo y dijo: «¡Oh tú, que atiendes al oprimido que te implora, hazme triunfar de mi enemigo, y aléjale de mí, pues tienes poder para cuanto deseas!»

Cuando la vampiro oyó estas palabras, desapareció. Y el príncipe pudo regresar al lado de su padre, y le dió cuenta del mal consejo del visir. Y el rey mandó matar al visir».

En seguida el visir del rey Yunán prosiguió de este modo:

¡Y tú, oh rey, si te fías de ese médico, cuenta que te matará con la peor de las muertes! Aunque le hayas colmado de favores, y le hayas hecho tu amigo, está preparando tu muerte. ¿Sabes por qué te curó de tu enfermedad por el exterior de tu cuerpo, mediante una cosa que tuviste en la mano? ¿No crees que es sencillamente para causar tu pérdida con una segunda cosa que te mandará también coger?»

Entonces el rey Yunán dijo: «Dices la verdad. Hágase según tu opinión, ¡oh visir bien aconsejado! Porque es muy probable que ese médico haya venido ocultamente como un espía para ser mi perdición. Si me ha curado con una cosa que he tenido en la mano, muy bien podría perderme con otra que, por ejemplo, me diera a oler». Y luego el rey Yunán dijo a su visir: «¡Oh visir! ¿qué debemos hacer con él?» Y el visir respondió: «Hay que mandar inmediatamente que le traigan, y cuando se presente aquí degollarlo, y así te librarás de sus maleficios, y quedarás desahogado y tranquilo. Hazle traición antes que él te la haga a ti»

Y el rey Yunán dijo: «Verdad dices, ¡oh visir!» Después el rey mandó llamar al médico, que se presentó alegre, ignorando lo que había resuelto el Clemente.

El poeta lo dice en sus versos:

¡Oh tú, que temes los embates del Destino, tranquilízate! ¿No sabes que todo está en las manos de Aquel que ha formado la tierra?

Porque lo que está escrito, escrito está y no se borra nunca! ¡Y lo que no está escrito no hay por qué temerlo!

¡Y tú Señor! ¿Podré dejar pasar un día sin cantar tus alabanzas? ¿Para quién reservaría si no el don maravilloso de mi estilo rimado y mi lengua de Poeta?

¡Cada nuevo don que recibo de tus manos, ¡oh Señor! es más hermoso que el precedente y se anticipa a mis deseos!

Por eso, ¿cómo no cantar tu gloria, toda tu gloria, y alabarte en mi alma y en público?

¡Pero he de confesar que nunca tendrán mis labios elocuencia bastante, ni mi pecho fuerza suficiente para cantar y para llevar los beneficios de que me has colmado!

¡Oh tú que dudas, confía tus asuntos a las manos de Alah, el único Sabio! ¡Y así que lo hagas tu corazón nada tendrá que temer por parte de los hombres!

¡Sabes también que nada se puede hacer por tu voluntad, sino por la voluntad del Sabio de los Sabios!

¡No desesperes pues, nunca y olvida todas las tristezas y todas las zozobras! ¿No sabes que las zozobras destruyen el corazón más firme y más fuerte?

¡Abandónaselo todo! ¡Nuestros proyectos no son más que proyectos de esclavos impotentes ante el único Ordenador! ¡Déjate llevar! ¡Así disfrutarás de una paz duradera!

Cuando se presentó el médico Ruyán, el rey le dijo: «¿Sabes por qué te he hecho venir a mi presencia?» Y el médico contestó: «Nadie sabe lo desconocido, más que Alah el Altísimo».

Y el rey le dijo: «Te he mandado llamar para matarte y arrancarte el alma». Y el médico Ruyán, al oír estas palabras, se sintió asombrado, con el más prodigioso asombro, y dijo: «¡Oh rey! ¿por qué me has de matar? ¿Qué falta he cometido?» Y el rey contestó: «Dicen que eres un espía y que viniste para matarme. Por eso te voy a matar antes de que me mates». Después el rey llamó al porta-alfanje y le dijo: «¡Corta la cabeza a ese traidor y líbranos de sus maleficios!» El médico le dijo: «Consérvame la vida, y Alah te la conservará. No me mates, si no Alah te matará también».

Después reiteró la súplica, como yo lo hice dirigiéndome a ti ¡oh efrit! sin que me hicieras caso, pues, por el contrario, persististe en desear mi muerte.

Y en seguida el rey Yunán dijo al médico: «No podré vivir confiado ni estar tranquilo como no te mate. Porque si me has curado con una cosa que tuve en la mano, creo que me matarás con otra cosa que me des a oler o de cualquier modo». Y dijo el médico: «¡Oh rey! ¿Es ésta tu recompensa? ¿Así devuelves mal por bien?» Pero el rey insistió: «No hay más remedio que darte la muerte sin demora». Y cuando el médico se convenció de que el rey quería matarle sin remedio, lloró y se afligió al recordar los favores que había hecho a quienes no los merecían. Ya lo dice el poeta:

¡La joven y loca Moimuna es verdaderamente bien pobre de espíritu! ¡Pero su padre, en cambio, es un hombre de gran corazón y considerado entre los mejores!

¡Miradle, pues! ¡Nunca anda sin su farol en la mano, y así evita el lodo de los caminos, el polvo de las carreteras y los resbalones peligrosos…!

En seguida se adelantó el porta-alfanje, vendó los ojos del médico, y sacando la espada, dijo al rey: «Con tu venia». Pero el médico seguía llorando y suplicando al rey: «Consérvame la vida, y Alah te la conservará. No me mates, o Alah te matará a ti».

Y recitó estos versos de un poeta:

¡Mis consejos no tuvieron ningún éxito, mientras que los consejos de los ignorantes conseguían su propósito! ¡No recogí más que desprecios!

¡Por esto, si logro vivir, me guardaré mucho de aconsejar! ¡Y si muero, mi ejemplo servirá a los demás para que enmudezca su lengua!

Y dijo después al rey: «¿Es ésta tu recompensa? He aquí que me tratas como hizo un cocodrilo». Entonces preguntó el rey: «¿Qué historia es esa de un cocodrilo?» Y el médico dijo: «¡Oh señor! No es posible contarla en este estado. ¡Por Alah sobre ti! Consérvame la vida y Alah te la conservará!»

Y después comenzó a derramar copiosas lágrimas. Entonces algunos de los favoritos del rey se levantaron y dijeron: «¡Oh rey! Concédenos la sangre de este médico, pues nunca le hemos visto obrar en contra tuya; al contrario, le vimos librarte de aquella enfermedad que había resistido a los médicos y a los sabios». El rey les contestó: «Ignoráis la causa de que mate a este médico; si lo dejo con vida, mi perdición es segura, porque si me curó de la enfermedad con una cosa que tuve en la mano, muy bien podría matarme dándome a oler cualquier otra. Tengo mucho miedo de que me asesine para cobrar el precio de mi muerte, pues debe ser un espía que ha venido a matarme. Su muerte es necesaria; sólo así podré perder mis temores». Entonces el médico imploró otra vez: «Consérvame la vida para que Alah te la conserve; y no me mates, para que no te mate Alah».

Pero ¡oh efrit! cuando el médico se convenció de que el rey lo iba a hacer matar sin remedio, dijo: «¡Oh rey! Si mi muerte es realmente necesaria, déjame ir a casa para despachar mis asuntos, encargar a mis parientes y vecinos que cuiden de enterrarme, y sobre todo para regalar mis libros de medicina. A fe que tengo un libro que es verdaderamente el extracto de los extractos y la rareza de las rarezas, que quiero legarte como un obsequio para que lo conserves cuidadosamente en tu armario».

Entonces el rey preguntó al médico: «¿Qué libro es ese?» Y contestó el médico: «Contiene cosas inestimables; el menor de los secretos que revela es el siguiente: Cuando me corten la cabeza, abre el libro, cuenta tres hojas y vuélvelas; lee en seguida tres renglones de la página de la izquierda; y entonces la cabeza cortada te hablará y contestará a todas las preguntas que le dirijas».

Al oír estas palabras el rey se asombró hasta el límite del asombro, y estremeciéndose de alegría y de emoción, dijo: «¡Oh médico! ¿Hasta cortándote la cabeza hablarás?» Y el médico respondió: «Sí, en verdad, ¡oh rey! Es, efectivamente, una cosa prodigiosa». Entonces el rey le permitió que saliera, aunque escoltado por guardianes, y el médico llegó a su casa, y despachó sus asuntos aquel día, y al siguiente día también. Y el rey subió al diwán, y acudieron los emires, los visires, los chambelanes, los nawabs (lugartenientes o representantes del rey) y todos los jefes del reino, y el diwán parecía un jardín lleno de flores.

Entonces entró el médico en el diwán y se colocó de pie ante el rey, con un libro muy viejo y una cajita de colirio llena de unos polvos. Después se sentó y dijo: «Que me traigan una bandeja». Le llevaron una bandeja, y vertió los polvos, y los extendió por la superficie. Y dijo entonces: «¡Oh rey! coge ese libro, pero no lo abras antes de cortarme la cabeza. Cuando la hayas cortado colócala en la bandeja y manda que la aprieten bien contra los polvos para restañar la sangre. Después abrirás el libro».

Pero el rey, lleno de impaciencia no le escuchaba ya; cogió el libro y lo abrió, pero encontró las hojas pegadas unas a otras. Entonces metiendo su dedo en la boca, lo mojó con su saliva y logró despegar la primera hoja. Lo mismo tuvo que hacer con la segunda y la tercera hoja, y cada vez se abrían las hojas con más dificultad. De ese modo abrió el rey seis hojas, y trató de leerlas, pero no pudo encontrar ninguna clase de escritura. Y el rey dijo: «¡Oh médico, no hay nada escrito!»

Y el médico respondió: «Sigue volviendo más hojas del mismo modo». Y el rey siguió volviendo más hojas. Pero apenas habían pasado algunos instantes circuló el veneno por el organismo del rey en el momento y en la hora misma, pues el libro estaba envenenado. Y entonces sufrió el rey horribles convulsiones, y exclamó: «¡El veneno circula!»

Y después el médico Ruyán comenzó a improvisar versos diciendo:

¡Esos jueces! ¡Han juzgado, pero excediéndose en sus derechos y contra toda justicia! ¡Y sin embargo, oh Señor, la justicia existe!

¡A su vez fueron juzgados! ¡Si hubieran sido íntegros y buenos, se les habría perdonado! ¡Pero oprimieron y la suerte los ha oprimido y les ha abrumado con las peores tribulaciones!

¡Ahora son motivo de burla y de piedad para el transeúnte! ¡Esa es la ley! ¡Esto a cambio de aquello! ¡Y el Destino se ha cumplido con toda lógica!

Cuando Ruyán el médico acababa su recitado, cayó muerto el rey. Sabe ahora, ¡oh efrit, que si el rey Yunán hubiera conservado al médico Ruyán, Alah a su vez le habría conservado. Pero al negarse, decidió su propia muerte.

Y si tú, ¡oh efrit, hubieses querido conservarme, Alah te habría conservado.

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente. Y su hermana Doniazada le dijo: «¡Qué deliciosas son tus palabras!» Y Schehrazada contestó: «Nada es eso comparado con lo que os contaré la noche próxima, si vivo todavía y el rey tiene a bien conservarme». Y pasaron aquella noche en la dicha completa y en la felicidad hasta por la mañana. Después el rey se dirigió al diwán. Y cuando terminó el diwán, volvió a su palacio y se reunió con los suyos.

 

 

3 respuestas to “Vampiros en las Mil y una noches”

  1. […] Diversos Relatos de Vampiros en las Mil y una Noches […]

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  2. Vidal Barrera Says:

    Estos textos aquí reproducidos corresponden a la famosa versión de Mardrus, pero quisiera saber a qué noche(s) específicamente pertenece «Honor de un Vampiro» porque «Historia del Príncipe y la Vampira» corresponde a la Noche V (5, cinco) y siguientes. Gracias.

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  3. denni

    Vampiros en las Mil y una noches | Vamphyros

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